El jamón serrano y el jamón ibérico son dos exquisiteces culinarias españolas que se distinguen por su sabor y calidad. Aunque ambos provienen de cerdos, hay diferencias significativas en su proceso de producción, crianza y características organolépticas. Vamos a explorar estas diferencias en este post.
El jamón serrano se elabora a partir de cerdos blancos de diferentes razas, como el Landrace o el Large White. Estos se crían en granjas y se alimentan principalmente de piensos compuestos. El jamón serrano tiene un proceso de curación que puede durar entre 9 y 18 meses, dependiendo del tamaño de la pieza. Durante este tiempo, los jamones se salan y se dejan reposar en cámaras de curación para que adquieran su sabor y textura característicos.
Por otro lado, el jamón ibérico se elabora exclusivamente a partir de cerdos ibéricos, una raza autóctona de la Península Ibérica, los cuales se crían en libertad en dehesas, donde se alimentan de pastos naturales y bellotas. La alimentación a base de bellotas, conocida como montanera, le da al jamón ibérico su sabor distintivo y su textura jugosa. Además, los cerdos ibéricos tienen una mayor infiltración de grasa en los tejidos musculares, lo que contribuye a su sabor y jugosidad únicos.
La crianza y alimentación de esta raza, así como su ejercicio en las dehesas, contribuyen a una mayor calidad en el jamón. Tienen un mayor desarrollo muscular y una mayor acumulación de ácidos grasos insaturados en comparación con los cerdos blancos utilizados en la producción del jamón serrano. Esto se traduce en una mayor terneza y sabor en el jamón ibérico.